jueves, 25 de agosto de 2016

Putas y devotas, recorrido por el mundo religioso de la prostitución en Bogotá


Por Fabián Páez López



Para los cristianos, durante la Semana Santa se conmemoran los días de La Pasión de Cristo. Paradójicamente, en esta misma semana, el negocio de la pasión (con minúscula) se ve interrumpido por unos días. En Bogotá, a las  iglesias y los prostíbulos  los separan unas cuantas cuadras, y aunque  pareciera que el mundo religioso y el de la prostitución se contradicen el uno con el otro, lo cierto es que están más que conectados.  

Hicimos un recorrido por varios de esos libidinosos pasadizos de neón de los burdeles bogotanos y nos encontramos de frente con una realidad mágico-religiosa efervescente y diversa. La industria del sexo en la ciudad no solo está rodeada por creencias y rituales del catolicismo, sino que también ha incorporado elementos de sectas. Lo sobrenatural es parte fundamental del mundo de la prostitución.

¿Sexo el viernes santo?

Nuestra tarea principal era averiguar si había algún establecimiento que se atreviera a profanar el viernes santo. El día en el que según la creencia popular está prohibido bañarse, ir de fiesta, comer carne, y, sobre todo fornicar, so pena de sufrir de lo que los especialistas en medicina han llamado “penis cautivus”. Es decir, quedarse pegado a la pareja en plena faena. Al parecer esta amenaza bíblica les preocupaba lo suficiente a las trabajadoras sexuales y a los dueños de los recintos como para que sea un deber rehusarse a trabajar. Entramos a uno de los tradicionales clubes de chicas de Bogotá, La Forty Nine. Allí nos contaron que muchas de sus trabajadoras prefieren no tener sexo en los días santos porque “salan” el trabajo de todo el año. Les trae mala suerte. No le temen a al mito de quedarse adheridas a su amante sino a perder a sus clientes. “Para las mujeres que trabajan en este negocio la suerte es algo muy importante. Se hacen baños, rezos, son muy agüereras”, dijo el administrador del lugar.  

A unos cuantos metros de La Forty Nine le pregunté a uno de los sujetos que vociferaban entre dientes “chicas, chicas, siga y mire sin compromiso”, por un lugar que estuviera abierto toda la semana sin importar las restricciones religiosas. Su respuesta fue mirarnos como si fuéramos enviados de Satanás. Nos abrió los ojos con la cara de impresión que pondría cualquier fiel creyente si le ofrecieran “chicas, chicas” durante una procesión. Solo le faltó persignarse.  Muy seriamente me respondió: “Esos días se respetan. ¿Quién va a ser capaz de trabajar en un viernes santo?” 

Entramos al sórdido lugar al que nos invitaba el escandalizado promotor del burdel. Allí intenté hablar con una de las prostitutas que estaban expectantes ante la presencia de un cliente, pero creo que había consumido suficiente cocaína como para no recordar ni en qué semana estaba. Decidimos irnos, y mientras salíamos, por entre un lúgubre pasillo, encontramos un rincón dedicado a los santos. Había un vaso de agua, una vela encendida y cuatro estampas religiosas alrededor de ella. Según nos contaron después, el dueño del lugar los pone ahí sagradamente para que el negocio sea próspero y esté protegido. Una de las imágenes que estaban alrededor de la vela era de la Virgen del Carmen, la matrona de las prostitutas. Conocida también como la protectora de quienes se dedican a oficios difíciles. No podría ser otro el arquetipo moral de la mujer cristiana, madre y virgen a la vez. A partir de ese tipo de referentes morales es que se  ha creado un estigma sobre la sexualidad que ha recaído en nuestros imaginarios sobre el ejercicio de la prostitución. Aunque el hecho de que una figura de intachable reputación para los cristianos sea la protectora de las prostitutas pareciera contradictorio, es de esta forma que las trabajadoras sexuales han encontrado cómo legitimarse dentro del mundo de lo sagrado. Para todo hay santos y patronos. Seguramente es más difícil para cualquiera pasarse la vida pensando todos los días que vive en el pecado. 

Un padre nuestro para amenizar el desnudo

Seguimos nuestro recorrido en otro de los sitios de la localidad de Chapinero que no tienen letrero. Cuando entramos el Dj hizo un llamado y a la pasarela subió una mujer que aparentaba unos 25 años. Su nombre artístico era Cristal. Llevaba media cabeza rapada, varios tatuajes, un corsé negro y una microfalda que pronto terminaría en el suelo. Su paso por el tubo de baile estuvo amenizado por una melodía un tanto siniestra: era una versión tecno del Padre Nuestro interpretada por el grupo alemán de dance monumental E Nomine. No sé si fue por la temporada sacra que interrumpieron  la tanda musical de reggaetón, pero este interludio musical era, para nosotros,  la forma en que allí celebraban el inicio de la Semana Mayor. 

Cristal terminó su show y nos contó que no tenía 25 sino 38 años, que había venido a Colombia desde Venezuela a ganar dinero en pesos, y que su intención era quedarse acá. En su espalda tenía tatuado un ángel bebé, que se hizo después de haber tenido un aborto. Dijo que aunque creía mucho en Dios, los ángeles le ayudaban mucho. “La gente es prejuiciosa. Piensan que porque uno trabaja en esto no puede creer en Dios. Acá hay mujeres que han vivido cosas muy duras y Dios es su única ayuda. Las normas de la semana santa no solo son acatadas, también hay mujeres que salen después de su jornada nocturna derechito para la iglesia”. 

Después de todo, la presentación de Cristal aún con el Padre Nuestro de fondo no tuvo nada de siniestra. A veces tenemos prejuicios hasta con la música, le atribuimos significados profundos a elementos que se prestan para cualquier tipo de relleno ideológico.  

“A la que se come El Negro Felipe le trae fortuna”



Ya estaba claro que el viernes santo no era precisamente un día destinado a los placeres carnales. Para eso está el resto del año. Pero en los burdeles que visitamos no solo eran devotas de santos y crucifijos. Más allá de esa peculiar forma de sortear  los prejuicios del catolicismo, en estos espacios hay un mundo de creencias que involucran otros elementos sincréticos, como la brujería, hechizos o rituales, sino sobre todo  al “Negro Felipe”

¿Quién era este personaje que nos mencionaron en cada lugar que visitamos? El Negro Felipe se ha aparecido por los prostíbulos más reconocidos del barrio Santa Fe, los de la Forty Nine, los del 7 de agosto y los de casi toda Latinoamérica. 

Los datos sobre el origen de este personaje son difusos. Se dice que llegó desde África a América alrededor del año 1560 como uno de tantos esclavos, y que logró cierto prestigio por haberse escapado y luchado por su libertad. El hecho que lo convirtió en benefactor de las putas es un misterio, pero se sabe que fue a través de los rituales afro-caribeños que se convirtió en una especie de santo. 

Desde luego, las prostitutas lo conocen mucho mejor. 

Para ellas es sinónimo de fortuna en el trabajo, pero su ayuda no es gratuita: produce amores y odios. Es muy común encontrarse con que en los burdeles haya también espacios para que vivan las trabajadoras sexuales. Y es justo en sus habitaciones donde aparece el Negro Felipe. En el barrio Santafé, por ejemplo, la mayoría de prostitutas viven en su lugar de trabajo. Mariana -una de las mujeres que viven en uno de estos clubes- dijo haber tenido la suerte de haber recibido la visita de este personaje. “Un día que no había tenido clientes me fui a dormir y sentí como me empezaban a tocar y yo no podía hablar. Después tuvimos sexo por un buen rato. No le pude ver la cara, pero yo ya había escuchado del Negro Felipe y sabía que era él. Después de eso tuve una buena racha con los clientes, me sacaban de acá y todo. Después no me volvió a buscar”. 

Aunque no para todas ha sido una buena experiencia. Paola, una mujer de unos 30 años, nos contó que cuando se le apareció el Negro Felipe, se sintió perseguida.  “Una noche intentaba dormir pero sentía que un tipo negro me hacía el amor. Era muy real y me dolía, pero él no paraba. Nunca tenía el mismo rostro pero siempre era negro. Era como la personificación de todo lo que no me gustaba. A veces era como un ñero, otras como un diablo. En esa época, no sé si porque era más joven o porque el Negro me estaba comiendo, pero era la más buscada por los clientes y a las demás les daba envidia. Cuando le conté a las otras niñas, me dijeron que le cogiera cariño, porque a la que se come el Negro Felipe le va bien. Pero yo ya no podía estar tranquila. Dejé de trabajar un tiempo y no se me volvió a aparecer”. 

La devoción por este personaje, más que una leyenda es una demostración de la importancia que tiene la suerte para quienes, de una u otra forma, viven del negocio de la prostitución. 

Hay mujeres que “rezan” a los clientes para que vuelvan, que visitan brujos frecuentemente y se hacen baños para la fortuna. Las costumbres católicas se mezclan con estos rituales, demostrando una vez más el sincretismo característico dentro del pensamiento religioso de las prostitutas. 

Un negocio sagrado

Para desespero de la derecha cristiana, según cifras de la Secretaría de Integración Social, hay 6.000 mujeres que ejercen la prostitución en Bogotá, distribuidas en 452 establecimientos en 18 de las 20 localidades de la ciudad. 

Pero así como hay trabajadoras que se establecen en un lugar y logran trabajar bajo condiciones de asepsia y de seguridad estables, también hay gente que vive en peores condiciones. Se sabe por ejemplo que en San Victorino hay niñas prostitutas que viven en una situación tan compleja que son sus mismos padres o novios los que las acompañan  y ofrecen. 

Parece que nos hemos dedicado mucho a pensar en qué es lo pecaminoso y hemos perdido de vista que lo primordial es que cada mujer pueda escoger lo que quiere hacer. Algún fetiche estaremos reprimiendo cuando hay tanta sanción moral. La semana santa pronto se acaba y, como nos dijeron en cada lugar al que fuimos, una semana después es cuando más clientes llegan. 

La pasión continúa...



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