sábado, 3 de septiembre de 2016

Trastámaras en pelota


Todo el mundo cree, de acuerdo a lo que se le enseña en la escuela, que Isabel de Castilla y Fernando II de Aragón fueron grandes defensores de la iglesia. Sin embargo, en algún momento el papa Paulo II decretó su excomunión.

Todo comenzó cuando no podían casarse debido a su próximo grado de consanguinidad –eran primos- pero ese nimio detalle no los detuvo y falsificaron una dispensa papal con la firma del rey Enrique IV -hermano de Isabel- para llevar a cabo la boda de manera “legal”.

De esta unión que la iglesia consideró durante un tiempo “incestuosa” nacieron cinco niños: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. Isabel era una mujer fuerte e inteligente, que jamás permitió que otras personas vieran su sufrimiento y debilidades. Incluso al momento de parir se cubrió la cara para que “no vieran a la reina con un gesto de dolor”.

En cambio Fernando era un hombre que no dudaba en darse cualquier tipo de gustos. El muy católico rey de Aragón y consorte de Catilla tuvo un sinfín de amantes y con algunas de ellas, hijos declarados “bastardos reales”. Esto fue causa de muchas discusiones entre la pareja, y algunas fuentes confesionales de su tiempo dicen que “Isabel lo castigaba sin yacer con él por algún tiempo”.

Tras la muerte de su esposa en 1504 Fernando contrajo matrimonio con Germaine de Foix, con quien no tuvo descendencia y por lo tanto no pudo conservar el poder después de su muerte.

Muerto en 1516 -presumiblemente por su afición a los afrodisíacos con la ayuda de los cuales pretendía engendrar algún heredero- dejó a cargo del reino al cardenal Cisneros hasta que su nieto llegase del extranjero para ser el nuevo rey. 

La verdadera reina –doña Juana, apodada “La Loca”- estava prisionera en una mansión feudal por orden de su padre, primero, y por la de su hijo, después…

Así comenzó el gobierno de Carlos I -en España- y V -en Alemania- un joven que ni siquiera entendía el castellano, aunque de sus intrigas palaciegas estuviera muy al tanto.

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